Semuc Champey

     Semuc Champey, donde el río se esconde en lengua q´eqchi´, un capricho de la naturaleza, pozas de aguas cristalinas azul turquesa, en un entorno de frondoso bosque subtropical, que asemejan un oleo pintado por la madre naturaleza. Una abrupta carretera preserva este paraíso escondido en lo más profundo de las montañas de la Alta Verapaz, en el norte de Guatemala.

   

    Para apreciar en todo su esplendor la majestuosidad natural de Semuc Champey hay que subir al Mirador del Bosque, 1,2 Km de dura y resbaladiza ascensión en medio de la selva, acompañada de un calor húmedo y asfixiante, pero sabíamos que la recompensa final merecería la pena, un bello regalo de la naturaleza nos estaba aguardando en lo más alto. Tras una hora y quince minutos de interminable y complicada subida llegamos al mirador de madera, que pende sobre el abismo y ubicado a más de 50 metros de altura.

El precio de la entrada a Semuc Champey es de 50 quetzales, 30 quetzales los nacionales. Para subir hasta el mirador del bosque conviene ir provisto de agua. La ascensión es dura, por lo que  no es apta para todo las personas.

 




   Las vistas desde el mirador son increibles, en nuestra retina quedará guardada para siempre la imagen de las pozas naturales de aguas cristalinas, color azul turquesa y las pequeñas cataratas que se extienden a lo largo de 300 metros, en un entorno de frondoso bosque subtropical. Un paraiso natural inolvidable y que te envuelve.

 



    Habíamos llegado la noche anterior a Lanquin, la población más cercana a Semuc Champey, tras un largo y tortuoso viaje desde Panajachel, de más de doce horas de duración, en una furgoneta en compañía de una aventurera americana. La sorpresa vendría a nuestra llegada, nos estaba esperando el transporte que nos iba a acercar a nuestro alojamiento próximo a Semuc Champey, pero faltaba el conductor, que se encontraba de fiesta por Lanquin...

Para los más aventureros, próximo a Semuc Champey se encuentran las Cuevas de Lanquin, conviene llevar linterna y calzado apropiado para evitar resbalones.

 

  

   Iniciamos el descenso desde el mirador por un sendero diferente al de la subida, también resbaladizo, pero de menor dificultad. 

El río Cahabon desaparece a través de un sumidero para volver a aparecer 300 metros más adelante, formándose en la superficie pozas de aguas cristalinas, color azul turquesa, de diferente profundidad, cuyas gamas de colores varían en función de la época del año, del clima, de la posición del sol e incluso de la vegetación que las rodea, separadas por pequeñas cataratas,  que se alimentan del agua de los manantiales y de la montaña.

Mientras disfrutas de un baño refrescante en las pozas, puedes dejar la ropa en unas taquillas provistas a tal efecto y que son gratuitas. La temperatura del agua es ideal, es conveniente llevar zapatillas de agua ya que hay zonas resbaladizas.

 



  

   Nos bañamos en las piscinas naturales escalonadas, relajándonos, sin prisas, después de la aventura que habíamos vivido, nadando entre las diferentes pozas, con una profundidad que varía de 1 a 3 metros, en un paraje natural sin parangón, habitat de gran variedad de aves, mamíferos, reptiles y árboles, mientras algunas pececillos nos cosquilleaban la piel...